Por una lectura maquínica
Sobre la diferencia entre interpretar y cartografiar.
Ir a terapia o cómo matarse de aburrimiento
Un Bloom cualquiera se recuesta sobre el diván y suspira. “Otro día
más, lo mismo de siempre”, piensa. Habla de su familia, de su trabajo,
de su pareja, de la angustia que le produce el futuro… El analista
hace algunas preguntas y le conduce siempre a los mismos puntos, los
mismos problemas, las mismas conclusiones. “Ya sé que tengo un problema
con mi madre, ya sé que esto afecta a mis relaciones con mujeres, ya sé
que en el trabajo no hablo con la gente porque lo que sea. ¿Pero ahora
qué?”.
A la semana siguiente Bloom entra en la consulta y se niega a sentarse.
“Hoy no quiero seguir el juego de siempre. Quiero tomar el control de
mi análisis”. El analista, sorprendido, le pregunta qué le ha pasado,
qué le ha hecho cambiar de repente de actitud en terapia. “No sé, doc,
me da igual”, dice Bloom. “Me estabas matando de aburrimiento”.
El aburrimiento de Bloom no es una emoción: es una función. Signo de que
el deseo se ha cerrado sobre sí mismo, de que las conexiones se han
vuelto tautológicas. “Mamá → Novia → Trabajo” como algoritmo muerto.
Bloom se asfixia no porque su deseo esté bloqueado, sino porque ya no
conecta con nada fuera de sí.
El analista decide hacer lo que hace siempre, callarse y ver dónde va la cosa. Pasmado frente a la autoridad del silencio, resulta que Bloom tampoco sabe qué hacer. Está atrapado en un bucle y no sabe cómo salir, incluso si se harta y tiene la voluntad expresa de escapar. ¿Acaso no estamos todes en esta situación? ¿Qué podemos hacer? O, mejor, ¿cómo hacer?
Reconocer no es pensar
Normalmente nos hallamos en el nivel del reconocimiento. “Esto es una
mesa, este es mi amigo Dani, este tiene TDAH, tu problema es la ausencia
de una figura materna”. Típicos ejemplos que se ponen en clase de
filosofía. Ejemplos de juicio analítico o sintético: S es P. La base del
pensamiento occidental desde los griegos. Hasta aquí todo bien y bien
aburrido.
Ahora lo interesante. Hay veces que la cosa va mal y falla. “¿Qué es
esto? Ni idea”. Entonces y solo entonces empieza a funcionar el
pensamiento. Algo nos fuerza a pensar, nos arrastra hacia territorios
desconocidos hasta ahora. Bloom se aburre y decide olvidarse de su
madre, de su novia, de su trabajo y toma cualquier cosa por objeto. ¿Qué
podemos hacer con esto?
Ejemplo: un esquizo o un niño repite constantemente una palabra:
“magdalena” o cualquier cosa. El médico, el psicoanalista se topa con
un signo, no sabe qué significa, entonces busca su significado. “Debe
ser su padre o la ausencia de su madre” concluye, o alguna mierda así.
Toma el signo y lo reconduce a la estructura significante. En vez de
pensar, reconoce allí lo que siempre reconocen los analistas.
Guattari habla de biunivocidad: un sistema en el que hay
correspondencia 1 a 1, este significante con este significado, esto
significa aquello y solo aquello. “Magdalena” significa “mamá” y
punto.
Esto, no hace falta ser muy listo para verlo, es no entender nada. Bajo la biunivocidad impuesta por el psicoanalista (o por cualquier estructuralista) late una polivocidad: el signo puede significar un número indefinido de cosas o, mejor aún, no significa nada y se puede conectar con cualquier cosa.
Lectura significante vs. lectura maquínica
Está claro que esta forma de leer no se limita al psicoanálisis.
Responde a la forma de pensamiento (o más bien de no-pensamiento, de
reconocimiento) predominante, a la forma de doxa que siempre trata de
detener el proceso preguntando “qué es esto”. Solo hay una respuesta
correcta: esto es lo primero que se aprende en el colegio.
Parece que se presupone que esto soluciona todo problema. “Ah, claro,
es mi madre, es que de pequeño no sentí lo suficiente la presencia de mi
madre, por eso ahora repito esta conducta”. Muy bien, puede ser, ¿pero
entonces qué? Ser consciente no basta, no es suficiente con hacer
consciente lo inconsciente, a veces incluso es peor, es paralizante.
Freud ya se daba cuenta de esto, tonto no es. ¿Pero qué hacemos
entonces?
Hay que buscar otra forma de interpretar, otra forma de leer que no nos
ate a un significado único, que nos permita huir de la estructura
biunivoca y huir de nosotros mismos. La cosa es más simple de lo que
parece: cuando encontremos un signo, algo que no se deje reconocer, no
sobrecodificarlo, no remitirlo a un significado único, sino preguntarse
con qué se puede conectar. La magdalena se conecta con mi infancia y con
mi madre, por supuesto, pero nada impide que se conecte con otros
flujos: con el flujo internacional de magdalenas-mercancía, flujo de
lectores de Proust, flujo de meriendas infantiles, flujo de niñes que
juegan con la comida, flujo de personajes bíblicos femeninos, flujo de
cristales de tiempo puro…, quién sabe.
La lectura panedípica toma al signo y lo sobrecodifica diacrónicamente: es la intrusión de la segunda articulación. Las series resuenan. Edipo es la caja de resonancia, el nudo de resonancia. Los signos-letras adquieren eco, significación […]. ¡La lectura maquínica es otra cosa! El signo trabaja “por su cuenta”. Lo que se despliega aquí no es la “A”, campo general de código, sino la filiación maquínica absoluta. La conjunción mítica absoluta de todos los flujos codificados. (Escritos para el Anti-Edipo, Guattari)
Más que de lectura o interpretación se trata de cartografía. No
preguntar qué es ni qué significa, sino qué flujos hay, por dónde pasan,
con qué se conectan y, sobre todo, con qué se podrían conectar. Tomar el
paseo del esquizo como modelo, hacer conexiones de lo más locas. Hacer
rizona.
Cartografiar no es interpretar mejor. Es construir superficies donde el deseo pueda inscribirse sin asfixiarse. Donde el síntoma no sea domesticado, sino redirigido. La lectura maquínica no busca explicar al paciente: busca que se vuelva cartógrafo de sus propias máquinas. Que Bloom deje de repetir “mamá” para conectar con otra cosa, cualquier cosa, una música, una teoría, una rabia, una fuga.
Instrucciones para una lectura maquínica
1. Abandonar el significado. No preguntes qué quiere decir esto,
pregúntate qué hace esto, qué activa, qué corta, qué pone en relación con qué. El signo no está para ser leído como si fuera una adivinanza, sino para ser injertado en una máquina que todavía no existe.
2. No buscar el centro. No hay origen, no hay código maestro. No hay
que decodificar un mensaje oculto. No hay secreto. Solo hay máquinas acopladas, flujos que se cortan y se relanzan. En vez de buscar la interpretación justa, prueba conexiones injustificadas.
3. Escuchar el ruido, no la señal. El esquizoanalista no busca
sentido, busca intensidades. Se guía por los temblores de la lengua, los tartamudeos, las repeticiones, los errores, los silencios. No reduce el ruido a mensaje. Lo sigue.
4. Olvidar al sujeto. El sujeto es una ilusión útil para el capital.
Aquí no hay sujeto, hay zonas de intensidad, máquinas de deseo, puntos de fuga. Si aparece un “yo”, es solo un efecto secundario del ensamblaje.
5. Practicar el injerto. Todo signo puede ser conectado a otra cosa.
Una palabra con una imagen, una canción con una idea, un bostezo con una guerra. La lectura maquínica es una lectura infracta, inapropiada, inmanejable.
6. Dejarse contaminar. El texto (cualquier texto: un sueño, una
noticia, una palabra dicha sin pensar) te atraviesa, te desmonta, te arrastra. Leer maquínicamente es ponerse en juego, abrirse a lo que no se entiende, a lo que no pide permiso.
7. Cartografiar, no interpretar. No se trata de leer entre líneas,
sino de dibujar las líneas, de seguirlas, de ver por dónde se fuga el sentido, de qué flujos se alimenta. Hacer mapa, no espejo. Ni hermenéutica ni exégesis: cartografía deseante.
8. Buscar devenires, no identidades. Si te reconoces, ya es tarde.
Si puedes nombrarlo, está muerto. Si duele un poco y no sabes por qué, si resuena sin tener forma, si lo quieres seguir pero no sabes a dónde va, entonces quizá sea el comienzo de algo.
9. No cerrar nunca. No hay moraleja. No hay punto final. Toda
lectura maquínica debe dejar abierta una línea de fuga. Si te quedas
tranquilo después de leer, probablemente leíste mal.
Una máquina no representa nada. Produce. No quiere sentido, quiere conexión. No quiere verdad, quiere pasar a otro plano. Una lectura maquínica es el intento de hacer que cualquier texto —el cuerpo, la calle, el síntoma, el meme— se vuelva una máquina abstracta de intensidades. Nada más, nada menos.