Moby Dick 2
Escritura a seis manos durante la reunión secreta de 16mesetas en las ruinas del yacimiento xenoarqueológico en Bahía Inútil, provincia de Tierra del Fuego, en el antiguo Chile, cerca del Ártico.
La ballena fue arrastrada hacia el barco. Alarmado por los gritos de sus compañeros, Jol se arrodilló sobre la cubierta. A babor apareció muerto otro tripulante. Entre junio y agosto habían fallecido siete hombres en el Pacífico oriental. Durante el período en que yo vigilaba el grado de deterioro del motor secundario, nunca hubo tantas desgracias como en esos meses. El precio de obsesionarse con la bravura del capitán, supongo. Este fue el motivo por el cual me enrolé. Jol tiró una cuerda, yo salté por la borda y me aferré al cadáver, la até e hice una señal a Jol. Es por esta acción que el resto de la tripulación siempre recurría a mí para estas cosas. Soy bastante más fuerte que ellos. Por eso Jol me escogió como su marino de confianza. Nos entendíamos sin necesidad de intercambiar palabras, como si hubiésemos compartido años en la trena. La ballena fue lo que rompió este momento de serenidad ante la muerte, moviendo rápidamente su cuerpo (no tan rápidamente, es una ballena) en las inmediaciones del barco. Su cola golpeó con semejante fuerza que perdí toda noción de dónde estaba (estaba en el agua). Cuando recobré la consciencia, la ballena seguía ahí (no había perdido la consciencia). Di un grito y me agarré a las piernas del muerto. Para mi sorpresa, este también gritó (no estaba muerto, supongo). Jol, con sus bronceados brazos, tiró de la cuerda hacia arriba. La ballena abrió sus fauces (¿tienen fauces las ballenas?), al tiempo que expulsaba un chorro de flujos marinos interminables. Jol siguió tirando mientras yo pensaba en la similitud de esos chorros con aquellos de mi juventud, cuando varábamos en Constantinopla, donde frecuentábamos los baños termales. Por aquella época, cuando aún no había ni ballenas ni muertos, Jol tenía una amante. Era una muchacha morena, más bien tímida y con un gran interés por las historias de marineros. Yo no la soportaba y detesto tener que acordarme ahora de ella, entre las fauces de la ballena (¿pero tenían fauces o no?). Su recuerdo se asemejó a aquel de la Virgen María que recorre las mentes de algunos compañeros antes de la muerte, sin embargo, esta virgen apareció como el amargo recuerdo de lo que nunca pude tener. Detesto pensar en ella y en la Virgen y en Constantinopla mientras Jol está luchando por mi vida. Si tan solo no estuviese embaucado por los cantos de sirena…