La búsqueda de la fecalidad
Fragmento de 'para acabar con el juicio de Dios'
Allí donde huele a mierda
se huele el ser.
El hombre hubiera muy bien podido no cagar,
no abrir el bolsillo anal,
pero escogió cagar
como hubiera escogido vivir
en lugar de consentir vivir muerto.
Para no hacer caca,
tendría que haber consentido
no ser,
pero no pudo resolverse a perder
el ser,
es decir, a morir vivo.
Hay en la existencia
alguna cosa particularmente tentadora para el hombre
y esa cosa es precisamente
LA CACA.
(Aquí, rugidos)
Para existir basta con dejarse ser,
pero para vivir,
hace falta ser alguien,
para ser alguien,
hace falta tener un HUESO,
no tener miedo de enseñar el hueso,
y perder la carne al pasar.
El hombre siempre prefirió la carne
a la tierra de los huesos.
No habiendo más que tierra y bosque de huesos,
tuvo que ganarse su carne,
no había más que hierro y fuego,
y nada de mierda,
y el hombre tuvo miedo de perder la mierda
o más bien deseó la mierda
y, para ello, sacrificó la sangre.
Para tener mierda,
es decir carne,
donde no había más que sangre
y chatarra de osamentas,
y donde no se podía ganar la existencia
pero sí perder la vida.
o reche modo
to edire
di za
tau dari
do padera coco
Entonces, el hombre se retiró y huyó.
Se lo comieron las bestias.
No fue una violación,
se prestó a la obscena comida.
Le encontró el gusto,
aprendió por sí mismo
a hacer la bestia
y a comer ratas
delicadamente.
Pero ¿de dónde procede esta sucia abyección?
¿De que el mundo no está constituido todavía,
o de que el hombre no tiene más que una pequeña idea del mundo
y quiere conservarla eternamente?
Proviene de que el hombre,
un buen día,
detuvo
la idea del mundo.
Se le ofrecían dos caminos:
el infinito exterior,
el ínfimo interior.
Y eligió el ínfimo inferior.
Ahí donde no hay más que estrujar
la rata,
la lengua,
el ano
o el glande.
Y dios, dios mismo aceleró el movimiento.
¿Dios es un ser?
Si lo es, es la mierda.
Si no lo es
no existe.
O bien no existe
sino como el vacío que avanza con todas sus formas
y cuya representación más perfecta
es la marcha de un grupo incalculable de ladillas.
“¿Está usted loco, señor Artaud, y la misa?”
Reniego del bautismo y de la misa.
No hay acto humano
que, en el plano erótico interno,
sea más pernicioso que el descenso
del supuesto Jesucristo
a los altares.
No me creerán
y desde aquí veo los encogimientos de hombros del público
pero el llamado Cristo no es otro que aquel
que, frente a la ladilla-dios,
consintió vivir sin cuerpo,
mientras un ejército de hombres,
descendido de una cruz,
a la que dios creía haberlos clavado desde hacía mucho tiempo,
se rebeló
y, armados con hierro,
sangre,
fuego y osamentas,
avanzan, renegando del Invisible
para acabar, de una vez, con el JUICIO DE DIOS.