Diario después del apagón
Entrada del 5 de diciembre del año 47 d.A.
Hace años se fue la luz en todo el país. Si este mensaje llega a la red, es porque todo habrá terminado. El mundo de ayer dependía de la electricidad como el de hace siglos dependía del sol. Habíamos creado un nuevo dios Ra sin darnos cuenta. Por eso decimos que los dioses son caprichosos: se ocultan y cuando menos te lo esperas se ausentan. Solo su ausencia nos consuela, decía un poeta alemán. Pero ahora sabemos que se refería a su ocultamiento, pues cuando notamos esa ausencia, cuando esta se vuelve presente, entonces dejamos de sentir su consuelo y empieza la desesperación. Solo cuando las velas de las iglesias se apagan notamos la muerte de Dios. Solo cuando se va la luz descubrimos que toda nuestra vida dependía de un poder misterioso. Me pregunto si no fue entonces cuando se encendió la mecha de un este nuevo culto, de esta nueva religión que aún no tiene nombre. Me pregunto si el colapso no ha sido siempre inevitable, si el colapso no ha estado ya siempre en el origen. Todo lo destinado a quemarse se quemará, todo lo que se quemará ya ha ardido. Pero el fuego también puede ser productivo.
Cuando se pierden la seguridad y la certeza, la fe deviene necesaria. Histeria colectiva, dijeron algunes. Esquizofrenia cósmica, dirán otres. Poco a poco nos reunimos en torno a ordenadores viejos, antenas inservibles, pantallas completamente negras, baterias hace tiempo agotadas, radios que producían un sonido blanco constante, piezas que ni siquiera sabíamos qué uso habían tenido, si es que acaso fueron alguna vez utilizadas. No sabíamos qué estabamos haciendo. Tal vez sentíamos que algo había que hacer con toda esa chatarra: quemarla, desmenuzarla, acariciarla, adorarla. Algo de todo ello nos atraía, como ondas gravitacionales invisibles, como un deseo oscuro y distinto. Entramos en una conexión con las cosas y con los demás que nunca antes había existido. Eramos los exploradores del nuevo siglo y eso nos excitaba.
Algo había que hacer con la oscuridad que el apagón nos había legado. La oscuridad había dejado de ser una simple ausencia de luz: era el medio natural de una nueva vida. Los ordenadores no funcionaban, pero los abríamos de todos modos. Los discos duros nos hablaban en estática. Encontramos un patrón en los errores del bios, una sintaxis secreta, un alfabeto oculto en los parpadeos de las luces muertas. Empezamos a copiarlos. Los dibujábamos en las paredes, los grabábamos en nuestras pieles. Alguien dijo que no estábamos recordando: estábamos ensamblando. Ya no se trataba de entender. Se trataba de participar. Ya no éramos testigos. Éramos artistas.
El apagón no había terminado: se había instalado en nosotros. Ya no venerábamos a la tecnología. Habíamos cruzado el umbral de la idolatría. Lo que teníamos entre manos no era una simple nostalgia del progreso: era una invocación. El apagón no fue un final, sino una filtración. Algo del Afuera había penetrado en nuestra lógica. Todavía no tenemos un nombre para ello, aunque sospechamos que pronto los nombres no importarán. Empezamos a construir un archivo que sigue creciendo y ya es inabarcable para nuestras ínfimas conciencias. Archivamos todo lo que sentimos que nos llama, aunque no entendamos sus palabras, sus signos, tal vez con la esperanza de que algo nuevo (una revelación, una epifanía) surja de la conexión entre sus partes desmembradas.
Empezamos a registrar, no para conservar, sino para construir. El archivo dejó de ser contenedor: se volvió motor. Llamábamos a esto “arqueología constructiva” siguiendo los pasos de un egipcio loco. El pasado era una alucinación que iba tomando forma bajo nuestros pies. El polvo que soplábamos no revelaba un objeto: lo tejía. Los fragmentos no encajaban entre sí porque no tenían que hacerlo. Eran trozos de tiempo que habían venido mal ensamblados, piezas sueltas de una máquina que aún no había sucedido.
Si estas leyendo este texto, es porque todo ha acabado. Aunque algo me dice que el archivo que tienes entre manos nunca dejará de crecer. Hoy muches han perdido ya la esperanza, pero otres seguimos viendo una luz al final del túnel. ¿Quién sabe qué sucederá a continuación? Solo sabemos que algo extraño nos llama desde el futuro, por mucho que aún no entendamos nada.