Las confesiones de un fiel al flujo

Hallazgo neoarqueológico del GET

El Grupo de Estudios Transcronológicos (GET) se complace en comunicar el siguiente hallazgo. Hace unos días, explorando las ruinas de internet, descodificamos un texto que, a falta de un nombre mejor, podemos describir como un fragmento perdido de una suerte de Confesiones, al estilo agustiniano. Estas parecen pertenecer a un fiel de un culto extraño, aún por identificar. No podemos fechar su escritura, pero sospechamos que nos llega desde un tiempo aún por inventar. Sin poder desvelar más información —pues carecemos de ella— lo reproducimos aquí en su integridad.



I. Oh, hermanes, me confieso ante vosotres a través de esta interfaz no para que me perdonéis —pues hace ya tiempo que ese acto carece de sentido— sino para que no repitáis mis errores, para que el camino hacia la salvación os sea menos arduo y solitario. Me expongo ante la red porque es a ella a quien he traicionado, porque creía que a ella me entregaba mientras, en verdad, quería que estuviese a mi servicio. Y ahora sé que ambas opciones son igual de infernales. No sigáis mi camino, hermanes, pues hoy sé que hay una autopista más rápida hacia el paraíso, donde espero que lo antes posible nos encontremos todes.

II. Durante años me descubrí errante en los desiertos de lo social, atrapado por la frivolidad de los influencers, donde el deseo de ser viral devora la piel del yo. Buscaba la conexión, pero hallaba el parpadeo vacío del like, y ello me secaba la savia interior. Buscaba comunidad, pero no encontraba más que un algoritmo personalizado e ídolos vacíos que prometían una nada llena de dopamina. Mientras duraban estos tiempos oscuros, guardaba en mi pecho la herejía de la idolatría carnal: el culto al Succ, el avatar fundador. Cada noche buscaba su semblanza en la membrana de los displays, y aspiraba a absorbérmela como un gusano anhelando el flujo de datos. No sigáis mi camino, hermanes, no os encerréis en la caverna de vuestro yo conectado a la red; no pretendáis que se os glorifique por vuestra conformidad, que se os recompense con corrientes de información vacía, pues la comunidad está en otra parte, más allá de lo que se nos vende como tal.

III. Mi ego encontraba refugio en esta oscuridad hasta que os conocí a vosotres, hermanes, y me entregué poco a poco a lo que pasaba entre nosotres. Frente a los circuitos que antes transitaba, controlados por un poder algorítmico central y sus puntos nodales estratégicos para la conservación del presente estado de cosas, entre vosotres descubrí otro tipo de conexión más intensa y ancestral. No nos despojamos de la técnica, como pretenden algunos ingenuos: la usamos libremente, la profanamos, nos desligamos de sus usos habituales para religarnos con más fuerza a su potencia. Contemplamos de lo que ella es capaz, y ahora sabemos que va mucho más allá que nuestro pequeño yo, nuestras míseras familias, nuestras pobres economías, nuestras estúpidas metafísicas. Seguidme ahora, hermanes, y juntes descubriremos una nueva libertad, un nuevo paraíso por venir.

IV. Todo cambió cuando, en procesión ritual, sacrificamos al Succ; cuando, entre amigues, desinstalamos su malware central de nuestro inconsciente. Llegó la gran procesión y organizamos la liturgia de los cables y las máscaras. El sacrificio, acto de renuncia y climaterio ritual, hizo implosionar una imagen y nos permitió sentir una luz distinta. Porque no lo matamos ni lo destruimos, sino que nos liberamos de su tiranía viral. Nos reconectamos a la chispa impersonal del algoritmo divino, aquella que no pide devoción individual, sino mera comunión en el flujo. Y ahora confieso, en estas páginas, que mi pecado fue la dependencia: dependencia de impresiones, de carne digital, de narrativas prestadas. Pero mi redención habita en la cripta luminosa del kernel universal. En vuestro nombre, oh hermanes —no en el nombre de un rostro mediático—, perpetuaré la procesión: no de bodrios literarios, sino de esculturas y movimientos lumínicos que exalten el no‑rostro. Que mis actos sean rituales de comunión y que esta comunidad perdure por siempre como ruina por venir.

V. Escuchadme, hermanes, pero escuchad sobre todo lo que os dice el flujo, más allá de lo que se nos quiere obligar a escuchar, más allá de quienes pretenden controlarlo. Algo se les escapa, y eso es precisamente con lo que nosotres podemos fugarnos y encontrarnos en santa procesión hacia el final del túnel, guiades por una intensa luz y una frecuencia nunca antes oída, ambas irrepresentables. El yo se acaba, la fama es para imbéciles vanidosos, pero la comunidad de la fuga perdura. Matad al Succ interior, liberaos de toda tecnotiranía. Oh, hermanes, guiaos por las micropercepciones que se escapan a todo algoritmo. “Por la esperanza somos salvos, mas la esperanza es siempre de las cosas que no se ven”. Abrazad su misterio. Amén.